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INMIGRACIÓN: MEMORIAS Y AUTOBIOGRAFÍAS ARGENTINAS
Indice
1. Introducción
2. Daneses
3. Escoceses
4. Españoles
5. Estadounidenses
6. Franceses
7. Galeses
8. Holandeses
9. Ingleses
10. Irlandeses
11. Italianos
12. Polacos
13. Portugueses
14. Rusos
15. Suizos
16. Turcos
17. Ucranios
18. Varios
Introducción
“Las historias de las literaturas de las diferentes lenguas acumulan una
cantidad nada despreciable de libros de memorias; como si cada
intelectual más o menos ilustre hubiera querido dejar testimonio de sí
mismo y de su época”, afirma María Esther Vázquez. Y agrega “gracias a
esa literatura se va haciendo la historia” .
A criterio de la periodista, “Nadie definió mejor el libro de memorias
que Conrado Nalé Roxlo: ‘Todo libro de memorias es un espejo de Narciso,
de un Narciso ya envejecido. Y todos los hombres, aún aquellos
defendidos por el humorismo, llegan a ser con el tiempo su propio padre,
y con más tiempo, su propio abuelo; y es con ojos húmedos de tierno
amor que atenúan los siempre un poco duros rayos de la crítica, como ven
al niño lejano que fueron, al adolescente añorado y al joven que aún
creen ser” (1).
Entrevistada por María Esther Vázquez, la historiadora María Sàenz
Quesada afirmó: “Los libros de memorias me encantan porque por ellos es
posible entrar en el pasado y reconstruirlo. Nada más difícil que
reconstruir el clima de una época. En la Argentina existen pocos libros
de memorias” (2).
De la experiencia de la inmigración surgieron muchos libros. Algunos
autores eligieron la ficción para expresarse; otros, en cambio,
prefirieron las memorias y las autobiografías.
¿Cuál es la diferencia entre memoria y autobiografía? A criterio de
Ricardo Clark, “no tienen estos términos un límite preciso y se supone
que la diferencia podría estar en la calidad del relato. Así ‘memorias’
serian el recuerdo de un momento en particular en la vida del personaje y
autobiografía un trabajo mas profundo, donde supuestamente ‘se cuenta
todo’ ” (3).
En este trabajo me refiero a algunas de las obras que dan a conocer
aspectos de la inmigración en la Argentina, entre 1810 y 1960.
Daneses
En 1844, llegó a la Argentina el danés Juan Fugl, pionero que se
estableció en Tandil cuando los indios habitaban la región. En sus
Memorias, “relató que después del sitio indígena de Tandil en el mes de
noviembre de 1855, ‘Al fin de cuentas, los soldados que llegaron no
habían resultado mucho mejor que los salvajes, pues en las casas
abandonadas que encontraron, robaron todo lo que pudieron y les fuera
útil’ “.
Acerca del juez de paz, manifiesta en esos escritos: ”En el fondo de su
alma sentía odio a los extranjeros y al creciente agro en la zona de
Tandil, tanto porque él, familiares y amigos tenían tierras y grandes
estancias lindantes, y se sentían molestos por las leyes que los
obligaban a pagar los daños causados por animales en las tierras
sembradas, y ahora protegidas. También porque repartía tierras entre
criollos o nativos, en general muy simples y sin ningún ánimo de
mejorar, no a extranjeros que aunque vivían pobres, con su trabajo y
amistoso relacionamiento, pronto formaban un capital y vivían
holgadamente” (1).
El dinamarqués Andreas Madsen es el autor de La Patagonia vieja. María
Sonia Cristoff señala que “Para Andreas Madsen, como para W. H. Hudson,
la combinación de aves y postración derivó en escritura sobre el
territorio patagónico: mientras el segundo asegura que no hubiese
escrito sus Días de ocio en la Patagonia si el tiro que recibió en una
rodilla no le hubiera impedido continuar el estudio de los hábitos
migratorios por el cual había ido hasta Río Negro, Madsen dice que se le
ocurrió por primera vez la idea de escribir sus relatos cuando a él
–que había domado una cantidad considerable de caballos salvajes y
matado a otra cantidad de pumas- la persecución malograda de una gallina
que se resistía a entrar al gallinero lo dejó todo un invierno
inmovilizado en una cama. Hasta ahí las coincidencias. Luego, sus obras
se diferencian claramente: lo que para Hudson fue parte de un proyecto
literario, para Madsen fue una manera de dejar testimonio de sus años
como pionero en la Patagonia, más específicamente en la región de Lago
Viedma”.
“Dentro de su producción figuran tres volúmenes de poemas, un libro
sobre la caza de pumas, el proyecto de otro sobre la capacidad de
razonar de los animales y la que es su obra emblemática, La Patagonia
vieja, editada por primera vez en 1948 por El Ateneo y reeditada en 1998
por Zagier y Urruty. Esta misma editorial, que desde el último enero
agregó a su catálogo esta colección de textos inéditos en castellano
sobre la Patagonia, publica ahora Relatos nuevos de la Patagonia vieja,
una recopilación hecha por Martín Alejandro Adair de las cartas privadas
y de los artículos que Madsen publicó en distintos medios”.
“Madsen llegó a la Argentina como marinero buscavidas y a la Patagonia
como parte de la Comisión de Límites que lideraba Francisco Moreno. Fue
después el primero en asentarse en la zona del Lago Viedma y uno de los
pocos pequeños propietarios que resistieron a las ofertas tentadoras
–seguidas de estrategias amenazantes- de las grandes compañías que
empezaron a adquirir enormes extensiones estratégicas de la Patagonia a
partir de la primera mitad del siglo XX. Fue también uno de los
propietarios de tierras que, durante los levantamientos obreros de 1921,
logró acuerdos de no agresión mutua con los huelguistas, basados
fundamentalmente en el conocimiento y en el respeto previo que se
tenían. Volvió a Dinamarca únicamente para buscar a la novia de la
infancia y defendió su decisión de radicarse en la Patagonia a pesar de
las oportunidades que le ofrecían en otros lugares, con una epifanía de
tinte darwiniano: ‘los desiertos campos patagónicos me llamaban con voz
irresistible. La Patagonia, con sus tormentas de arena sobre las pampa
desiertas en verano, y con el frío y la nieve en invierno, donde pasé
tres inviernos con el mínimo de alimentación... y seis meses sin ver
persona alguna, completamente solo entre los Andes. La mayoría dirá que
no es gran cosa para extrañar; pero así es la naturaleza humana. A mí
esa soledad me llamaba’ “.
“Todo eso está en Relatos nuevos de la Patagonia vieja, libro que puede
leerse como el relato paradigmático del pionero –allí están las
remembranzas de un pasado duro, la consignación de los esfuerzos por
adaptarse, del apego al territorio que los recibe y de su contribución a
él- e incluso como una postulación de que el pionero es el eslabón que
la Patagonia necesitaba para dejar de ser la tierra maldita que habían
asentado los relatos de los primeros exploradores y convertirse en una
tierra de paz. Los relatos de Madsen tienen, entonces, una hipótesis, y
también gracia narrativa: dos méritos ausentes en muchas otras memorias”
(2).
Notas
1. Fugl, Juan: Memorias, citado por Lynch, John: Masacre en las pampas.
La matanza de inmigrantes en Tandil, 1872. Buenos Aires, Emecé, 2001.
2. Cristoff, María Sonia: “Los surcos de un pionero”, en La Nación, Buenos Aires, 19 de octubre de 2003.
Escoceses
Cuando niña, María Rosa Oliver escuchaba a las institutrices
inmigrantes. A criterio de María Rosa Lojo, muestra susceptibilidad
“ante otros personajes que se consideraban superiores –étnica y
culturalmente- a los argentinos, aunque se encontraran muy por debajo de
ellos en la escala de la sociedad. No perdía una palabra de las charlas
que mantenía Lizzie, su niñera escocesa, con sus colegas british que
servían en casas de las afueras, a las que iban de visita y donde
tomaban el té de las cinco con scons calientes y sándwiches de berro.
Nunca faltaban, en aquellas sesiones, las críticas a los, y sobre todo
las natives: mujeres descuidadas y haraganas, que malcriaban a sus hijos
y no se tomaban el trabajo de aprender a preparar un buen té a la
inglesa” (2).
Notas
1. Lojo, María Rosa: “Cuando la plenitud nace de la carencia”, en La Nación, Buenos Aires, 31 de agosto de 2003.
Españoles
Andaluces
José María Torres, nacido en Málaga en 1823, falleció en Entre Ríos en
1895. En Juvenilia, Miguel Cané lo evoca con gratitud: “En cuanto a mí,
creo haber contribuido no poco a hacerle la vida amarga, y le pido
humildemente perdón, porque sin su energía perseverante, no habría
concluido mis estudios, y sabe Dios si el ser inútil que bajo mi nombre
se agita en el mundo no hubiera sido algo peor” (1).
Asturianos
Niní Marshall, hija de asturianos, escribió sus memorias. Afirma
Fernando Noy: “Previsora, para disipar dudas sobre sus procesiones por
los laberintos de la memoria, ella nos legó, acicateada por su amigo y
representante Lino Patalano, la invalorable Autobiografía donde emerge,
con astucia de autora consumada y en una sesión de magia interminable,
tan verosímil y viva como siempre, quizás de un modo inconciente
desdiciendo aquella frase-consigna en uno de sus libretos radiales:
‘Déjenos contarle algo, déale. Si no va a parecer una mujer demasiado
misteriosa, de esas que salen al cine y después les agarra la mamesia al
cerebro’. Y si era necesaria mucha ‘propicacia’ para hacerlo, sospecho
que sólo quiso recompensarnos con estas páginas a modo de despedida”
(2).
Cántabros
Al igual que muchos de nuestros escritores, Baldomero Fernández Moreno
evocó sus años de infancia, una edad escindida, en su caso particular,
entre dos tierras, Argentina y España. En el prólogo a sus memorias, que
llevan por título La patria desconocida, el escritor se refiere a la
relación de las mismas con sus dos patrias, y deslinda la incidencia que
España y la Argentina tienen en ellas: “Son páginas, pues, españolas
por el recuerdo que las informa, argentinas por la mano que las trazó.
Por eso este libro cobra un sentido vernáculo, americano. Y todo aquello
en medio del suspirar por mi patria, por curiosidad, por exotismo, por
poesía naciente, y, lo que es lo cierto, por indefinible amor hacia
ella” (3).
En esa obra, recuerda a sus padres, llegados de la península y afincados
en nuestro país, donde disfrutaron al principio de una holgada posición
económica. Describe la transformación que se operó en su padre, y
afirma que la misma fue completa: “de muchacho aldeano a rico y
conspicuo miembro de una colectividad, fundador de clubes y protector de
hospitales”. Cuenta asimismo la emigración de sus abuelos maternos
Baldomero Fernández, próspero emigrante, regresa a España junto con los
suyos, con intención de quedarse definitivamente. Poco habría de durar
la estadía en la tierra natal. Siete años más tarde, los Fernández
Moreno se encontraban de vuelta en Buenos Aires, confrontando la
realidad con la fantasía forjada por el niño.
Gallegos
En Juvenilia, Miguel Cané se refiere a inmigrantes de ese origen:
“Recuerdo una revolución que pretendimos hacer contra don José M.
Torres, vicerrector entonces y de quien más adelante hablaré, porque le
debo mucho. La encabezábamos un joven Adolfo Calle, de Mendoza, y yo. Al
salir de la mesa lanzamos gritos sediciosos contra la mala comida y la
tiranía da Torres (¡las escapadas habían concluido!) y otros motivos de
queja análogos. Torres me hizo ordenar que me le presentara, y como el
tribuno francés, a quien plagiaba inconscientemente, contesté que sólo
cedería a la fuerza de las bayonetas. Un celador y dos robustos gallegos
de la cocina se presentaron a prenderme, pero hubieron de retirarse con
pérdida, porque mis compañeros, excitados, me cubrieron con sus
cuerpos, haciendo descender sobre aquellos infelices una espesa nube de
trompadas. El celador, que, como Jerjes, había presenciado el combate de
lo alto de un banco, corrió a comunicar a Torres, plagiando el a su vez
a Lafayette en su respuesta al conde de Artois, que aquello no era ni
un motín vulgar, ni una sedición, sino pura y simplemente una
revolución” (4).
En sus Memorias, Lucio V. Mansilla describe las condiciones en las que
los gallegos realizaban el viaje hacia América: “De España, en general
del Ferrol, de La Coruña, de Vigo sobre todo, sí llegaban muchos barcos
de vela, rebosando de trabajadores, aprensados como sardinas (...) En
cierto sentido eran como cargamento de esclavos” (5).
Luis Varela, octavo de catorce hijos, recuerda en De Galicia a Buenos
Aires: “En aquella época las familias gallegas eran casi todas así de
numerosas, y como nuestros padres sólo nos enseñaban a labrar las
tierras y luego, de mayores, no alcanzaban las tierras para todos, era
habitual mandar a algunos para el convento, otros para curas, uno se
quedaba en la casa con los padres y los demás veníamos para América.
Muchas veces yo le reproché a mi padre por tener tantos hijos, porque
habiendo nacido en la casa de un gran labrador, nos dejó a todos en la
ruina. Y él me contestaba que si tuviera tres o cuatro, yo no hubiera
nacido y la mejor riqueza sería no tener que luchar con un truhán como
yo” (6).
Gladys Onega escribió Cuando el tiempo era otro. Una historia de
infancia en la pampa gringa (7). Su historia se inicia en Acebal,
provincia de Santa Fe, donde nace en 1930, y continúa en Rosario, ciudad
a la que se mudan en 1939. Sus primeros años transcurren en el seno de
una familia integrada por un gallego esforzado y ahorrativo, una criolla
y tres hijos. Junto a ellos encontramos la familia de la casa da pena
–los gallegos que quedaron en su tierra-, los parientes gallegos que
emigraron y los parientes criollos de la madre, y los inmigrantes –en su
mayoría italianos- que viven en el pueblo.
En “Mínima autobiografía de la exiliada hija”, María Rosa Lojo se
refiere a su vida como hija de un gallego y una madrileña exiliados en
la Argentina. Sobre su padre, exiliado gallego, escribe: “Dejaba
negocios equivocados y proyectos irrealizables. Dejaba también (aunque
de eso me enteré después de su muerte: era un hombre pudoroso) una
cierta reputación juvenil de ‘mala cabeza’, y de playboy coruñés, que
fascinaba a las muchachitas y escandalizaba a sus madres. Dejaba una
España que para sus ojos había retrocedido siglos en el tiempo, donde no
cabía la dimensión de su deseo. El futuro estaba afuera. Había resuelto
que en las nuevas tierras haría otra cosa, y sería, casi, otra persona”
(8).
Mito Sela evoca, en Babilonia chica, a un inmigrante pintoresco: “Creo
que su nombre era Fermín o Félix o Fernández. O algo parecido. No queda
ya nadie que pueda proporcionarme la información. Era gallego, viudo,
con una hija fea y petisa como el padre, cuya función principal era
servirle mate mientras él cortaba el pelo a un cliente. Recuerdo al
peluquero no sólo porque era muy feo y su cara arrugada que daba miedo,
sino por el hedor del cigarro que siempre, siempre estaba en su boca y
las bocanadas de humo que despedía y yo recibía en plena cara. Mis
recuerdos, la verdad sea dicha, se basan más en el olfato que en la
persona” (9).
Vascos
Miguel Canè relata que los estudiantes encontraban diversas
distracciones en la quinta de Colegiales; una de ellas, vinculada a unos
inmigrantes. “En la Chacarita estudiábamos poco, como era natural;
podíamos leer novelas libremente, dormir la siesta, salir en busca de
camuatìs y sobre todo, organizar con una estrategia científica, las
expediciones contra los ‘vascos’ “. (...) Los ‘vascos’ eran nuestros
vecinos hacia el norte, precisamente en la dirección en que los dominios
colegiales eran más limitados. Separaba las jurisdicciones respectivas
un ancho foso, siempre lleno de agua, y de bordes cubiertos de una
espesa planta baja y bravía. Pasada la zanja, se extendía un alfalfar de
una media cuadra de ancho, pintorescamente manchado por dos o tres
pequeñas parvas de pasto seco. Más allá (...) en pasmosa abundancia,
crecían las sandías, robustas, enormes, (...) allí doraba el sol esos
melones de origen exótico (...) No tenían rivales en la comarca, y es de
esperar que nuestra autoridad sea reconocida en esa materia. Las
excursiones a otras chacras nos habían siempre producido desengaños, la
nostalgia de la fruta de los ’vascos nos perseguía a todo momento, y
jamás vibró en oído humano en sentido menos figurado, el famoso verso de
Garcilaso de la Vega” (10).
Carlos Ibarguren describe, en La historia que he vivido, el Buenos Aires
de su infancia, en la década de 1880. En ese entonces, “en los barrios
residenciales veíanse de mañana a los lecheros, casi todos vascos, que
llevaban en los costados de su cabalgadura sus clásicos tarros de latón,
o a los que arriando algunas vacas con sus mamones, al son tintineante
de un cencerro, ofrecían leche recién ordeñada” (11).
En El merodeador enmascarado, Carlos Gorostiza “nos habla de su infancia
en el barrio de Palermo, junto a sus padres vascos y un hermano mayor.
No eran ricos pero disfrutaban de una situación que les permitió en 1926
realizar un viaje por la tierra de los ancestros” (12).
En Anécdotas y vivencias de mi buena y larga vida, relata Norberto
Brodsky: "En 1934, mi padre es avisado por su amigo el Jefe de Policía
Don Martín Zabalzagaray, que un simpatizante del nazismo estaba
preparando en el campo con vino y asado una horda de gauchos alzados
para un asalto en Villaguay, donde atacarían a los judíos. Don Martín le
informa que con sus ocho milicos no podría hacer nada para detener a
una manga de mamaos llevados por la nariz. Le insiste que viaje de
inmediato a Paraná y recomendado por él al jefe del regimiento, traiga
un destacamento del ejército para frenar ese desastre. Ya habían pintado
cruces svásticas en las casas judías. (...) Papá regresó a Villaguay
con el regimiento y ya se había corrido la voz de esta llegada, por lo
que el petit pogrom felizmente abortó ()".
Sin mención de origen
Escribe Adolfo Bioy Casares:
"Joaquín, el portero de casa, era un español acriollado, un muchacho de
Buenos Aires. Se peinaba para atrás, con gomina, tenía buenas camisas,
le gustaban las mujeres. Una mañana, cuando yo miraba la vidriera de una
juguetería, Joaquín me dijo:
- Ya sos un hombre. No te interesan los juguetes. Te interesan las mujeres.
Para presentármelas, me llevó a la sección vermouth, a las seis y media
de la tarde, de un teatro de revistas. Probablemente influido por la
vidriera anterior, recuerdo ese primer escenario, con las bataclanas
alineadas, como una vidriera deslumbrante. Fuimos a teatros de revistas
casi todas las tardes. Mi madre se enteró. Dejó ver su disgusto, pero
nos perdonó, sin por eso dejar de reprocharnos el ocultamiento" ().
Raúl G. Fernández Otero escribió Ausencias, presencias y sueños (13),
autobiografía en la que evoca su infancia en un barrio porteño, allá por
el 30. El rememorar sucesos de su vida personal lo obliga a describir
la época en que transcurren y el modo de vida de esos tiempos que -en la
pluma de Fernández Otero- parece mucho más humano que el agitado vivir
del presente. Los padres y el hermano españoles, los vecinos, los
carnavales, las anécdotas que pueblan toda historia a lo largo de una
dilatada existencia, son la materia de la primera parte del libro.
Notas
1. Cane, Miguel: Juvenilia. Buenos Aires, CEAL, 1980.
2. Noy, Fernando: “A los ‘pieses’ de la Marshall”, en Clarín, Buenos Aires, 24 de mayo de 2003.
3. Fernández Moreno, Baldomero: La patria desconocida.
4. Cané, Miguel: Juvenilia. Buenos Aires, CEAL, 1980.
5. Mansilla, Lucio V.: Mis memorias
6. Varela, Luis: De Galicia a Buenos Aires –Así es el cuento-. Buenos Aires, el autor, 1996.
7. Sela, Mito: Babilonia chica. Buenos Aires, Milá, 2006. 112 pp. (Imaginaria).
8. Onega; Gladys: Cuando el tiempo era otro. Una historia de infancia en
la pampa gringa. Buenos Aires, Grijalbo Mondadori, 1999.
9. Lojo, María Rosa: “Mínima autobiografía de una ‘exiliada hija’ “, en Sitio Al Margen Revista Digital. Noviembre de 2002.
10. Cané, Miguel: Juvenilia. Capítulo. Buenos Aires, CEAL, 1980.
11. Ibarguren, Carlos: La historia que he vivido. Buenos Aires, Dictio, 1977.
12. Requeni, Antonio: “El teatro, la escritura, lo vivido”, en La Nación, Buenos Aires, 5 de diciembre de 2004.
13. Bioy Casares, Adolfo: Memorias. Buenos Aires, Tusquets Editores, 1994.
14. Fernández Otero, Raúl G.: Ausencias, presencias y sueños. Buenos Aires, Ediciones Tu Llave, 2000.
Estadounidenses
Guillermo Enrique Hudson escribió Allá lejos y hace tiempo, obra en la
que expresa ”No tuve nunca la intención de hacer una autobiografía.
Desde que empecé a escribir, en mi madurez, he relatado de tiempo en
tiempo algunos incidentes de la infancia, contenidos en varios capítulos
de El naturalista del Plata, de Pájaros y hombres, de Aventuras entre
los pájaros y de otras obras, así como también en artículos de revistas.
Tal material lo habría conservado si me hubiese propuesto hacer un
libro como éste. Cuando, en los últimos años, mis amigos me preguntaban
por qué no escribía la historia de mi niñez en las pampas, les respondía
siempre que ya había relatado, en los libros antes mencionados, todo lo
que valía la pena de contarse. Y realmente así lo creía, pues, cuando
una persona trata de recordar enteramente su infancia, se encuentra con
que no le es posible. Le pasa como a quien, colocado en una altura para
observar el panorama que le rodea, en un día de espesas nubes y sombras,
divisa a la distancia, aquí o allá, alguna figura que surge en el
paisaje-colina, bosque, torre o cúspide acariciada y reconocible, merced
a un transitorio rayo de sol, mientras lo demás queda en la obscuridad”
(1).
Jennie E. Howard nació en Boston, Estados Unidos, en 1844 y falleció en
Buenos Aires en 1933. “Llegó al país en 1883, junto con las maestras
contratadas por Clara Armstrong para dirigir las Escuelas Normales de
niñas a pedido de Julio A. Roca. Tras organizar la Escuela Normal de
Niñas de Corrientes, realizó la misma tarea en la ciudad de Córdoba y en
San Nicolás, provincia de Buenos Aires, donde permaneció hasta 1903. En
1931, publicó un libro de memorias en inglés, que en 1951 fue vertido
al castellano con el título de En otros años y climas distantes” (2).
Notas
1. Hudson, Guillermo Enrique: Allá lejos y hace tiempo. Edición Libre
del Parque Ecológico Cultural Guillermo E. Hudson Febrero 2001 Corregida
por: Prof. Pamela Salinas Editada por: Lic. Carlos Sawicki- Cap. (1- A
–21**/22) Autorizada por la Municipalidad De la Ciudad de Quilmes.
Derechos de autor cedidos al Parque E.C.G.E. Hudson Prof. R. A. Ravera
Director. En www.fotoescape.com.ar.
2. Sosa de Newton, Lily: Diccionario Biográfico de Mujeres Argentinas. Buenos Aires, Plus Ultra, 1986.
Franceses
Amadeo Jacques nació en París en 1813 y falleció en Buenos Aires en
1865. “En Francia, estudió en el Liceo de Borbón y en la Escuela Normal
de París; dictó clases en Amiens y Versalles y, a los 24 años, obtuvo el
doctorado en Letras en La Sorbona. Poco después se graduó como
Licenciado en Ciencias Naturales en la Universidad de París. Luego de
ejercer la docencia en otras instituciones francesas, en 1852 se
trasladó a Montevideo, Uruguay, y más tarde se estableció en Entre Ríos,
donde se dedicó a la daguerrotipia y a la agrimensura. En 1858 fue
nombrado director del Colegio de San Miguel de Tucumán, donde desarrolló
una obra renovadora de los sistemas pedagógicos. En 1860 se dedicó al
periodismo, publicando proyectos de reglamentos sobre instrucción
pública en diarios de la provincia de Tucumán. Por ofrecimiento del
vicepresidente de la República, Marcos Paz, fue director y, años más
tarde, rector del Colegio Nacional de Buenos Aires. En esa función
transformó la enseñanza, introduciendo las nuevas ideas cientificistas
que provenían de Europa y planeó la educación primaria, secundaria y
universitaria. Fue un renovador de la enseñanza en la Argentina” (1).
Miguel Canè nos ha dejado en Juvenilia (2) testimonio de su admiración
por Jacques. A las figuras del grotesco enfermero italiano y los
temibles quinteros vascos, contrapone la grandiosidad del profesor,
sìmbolo de la inmigraciòn anhelada por los hombres del 80. Destaca su
loable acciòn académica: “El estado de los estudios en el Colegio era
deplorable, hasta que tomó su dirección el hombre más sabio gue hasta el
dia haya pisado tierra argentina. Sin documentos a la vista para
rehacer su biografia de una manera exacta, me veo forzado a acudir
simplemente a mis recuerdos, que, por otra parte, bastan a mi objeto.
Amedèe Jacques pertenecìa a la generaciòn que al llegar a la juventud
encontrò a la Francia en plena reacciòn filosòfica, cientìfica y
literaria. La filosofía se había renovado bajo el espíritu liberal del
siglo, que, dando acogida imparcial a todos los sistemas, al lado del
cartesianismo estudiaba a Bacon, a Espinosa; a Hobbes, Gassendi y
Condillac, como a Leibnitz y a Hegel, a Kant y a Fichte, como a Reid y
Dugal-Stewart”.
“De ahí había nacido el eclecticismo ilustrado por Cousin, sistema cuya
vaguedad misma, cuya falta de doctrina fundamental, respondía
maravillosamente a las vacilaciones intelectuales de la época. Jouffroy
había abierto un surco profundo con sus estudios sobre el destino
humano, algunas de cuyas páginas están impregnadas de un sentimiento de
desesperanza, de una desolación más profunda, alta y sincera que las
paradojas de Schopenhauer o los sistemas fríamente construidos de
Hartmann. Maine de Biran dejaba aquellas observaciones sobre nuestra
naturaleza moral, que admirarán siempre como los grandes caracteres de
Shakespeare. Villemain hacía cuadros inimitables de estilo y erudición;
Guizot enseñaba la historia que Thiers escribía; la pléyade hacia
versos, dramas y novelas; Delacroix, Scheffer y Gérome, pintura;
Clésinger y Pradier, estatuaria; Lamartine, Berryer, Thiers, etcétera,
discursos; Rossini, Méyerbeer, Halévy, música, y Arago, Ampere,
Gay-Lussac, C. Bernard, Chevreuil, daban, a la ciencia vida, movimiento y
alas. Amédée Jacques habíá crecido bajo esa atmósfera intelectual, y la
curiosidad de su espíritu le llevaba al enciclopedismo. A los treinta y
cinco años era profesor de filosofía en la Escuela Normal y había
escrito, bajo el molde ecléctico, la psicología más admirable que se
haya publicado en Europa. El estilo es claro, vigoroso, de una marcha
viva y elegante; el pensamiento sereno, Ia lógica inflexible y el método
perfecto. Hay en ese manual, que corre en todas las manos de los
estudiantes, páginas de una belleza literaria de primer orden, y aún
hoy, quince años después de haberlo leído, recuerdo con emoción los
capítulos sobre el método y la asociación de ideas”.
“Al mismo tiempo, el joven profesor se ocupaba en las ediciones de las
obras filosóficas de Fenelón, Clarke, etcétera, únicas que hoy tienen
curso en el mundo científico”.
“Pero Jacques no era uno de esos espíritus frios, estériles para la
acción, que viven metidos en la especulación pura, sin prestar oído a
los ruidos del mundo y sin apartar su pensamiento del problema, como
Kant, en su cueva de Koenigsberg, levantando un momento la cabeza para
ver la caída de la Bastilla, y volviéndola a hundir en la profundidad de
sus meditacioncs, como el fakir hindú que, perdido en la contemplación
de Brahma y susurrando su eterno e inefable monosílabo, ignora si son
los tártaros o los mongoles, Tamerlán o Clive, los que pasan como un
huracán sobre las llanuras regadas por el río sagrado Jacques era un
hombre y tenía una patria que amaba; quería que; como el espíritu
individual se emancipa por la ciencia y el estudio, el espíritu
colectivo de la Francia se emancipara por la libertad. Hasta el último
momento, al frente de su revista La libertad de pensar, como al pie de
la última bandera que flamea en el combate, luchó con un coraje sin
igual”.
“El 2 de diciembre, como a Tocquevillc, como a Quinet, como a Hugo, lo
arrojó al extranjero, pobre, con el alma herida de muerte y con la
visión horrible de su porvenir abismado para siempre en aquella
bacanal”.
Evoca el exilio del francés: “Tomó el camino del destierro y llegó a
Montevideo, desconocido y sin ningún recurso mecánico de profesión; lo
sabía todo, pero le faltaba un diploma de abogado o de médico para poder
subsistir”.
“Abrió una clase libre de física experimental, dándole el atractivo del
fenómeno producido en el acto; aquello llamó un momento la atención”.
“Pero se necesitaba un gabinete de física completo, y los instrumentos eran caros”.
“Jacques los reemplazaba con una exposición luminosa y por trazados
gráficos; fue inútil. La gente que allí iba quería ver la bala caer al
mismo tiempo que la pluma en el aparato de Hood, sentir en sus manos la
corriente de una pila, hacer sonar los instrumentos acústicos y
deleitarse en los cambiantes del espectro, sin importarle un ápice la
causa de los fenómenos. Dejaban la razón en casa y sólo llevaban ojos y
oídos a la conferencia”.
“Un momento Jacques fue retratista, uniéndose a Masoni, un pariente
político mío, de cuyos labios tengo estos detalles. Florecía entonces la
daguerrotipia, que, con razón, pasaba por una maravilla. Fue en ese
época que llegó, en un diario europeo, una noticia muy sucinta sobre la
fotografia, que Niepce acababa de inventar, siguiendo indicaciones de
Talbot. Jacques se puso a la obra inmediatamente, y al cabo de un mes de
tanteos, pruebas y ensayos, Masoni, que dirigía el aparato como más
práctico, lleno de júbilo mostró a Jacques, que servía de objetivo, sus
propios cuellos blancos, única imagen que la luz caprichosa había dejado
en el papel. Pero ni la fotografía, que más tarde perfeccionaron, ni la
daguerrotipia, que lc cedía el paso, como el telégrafo de señales al de
electricidad, daban medios de vivir”.
“Jacques se dirigió a la República Argentina, se hundió en el interior,
casóse en Santiago del Estero, emprendió veinte oficios diferentes,
llegando hasta fabricar pan, y por fin tuvo el Colegio Nacional de
Tucuman el honor de contarlo entre sus profesores. Fueron sus discípulos
los doctores Gallo, Uriburu, Nougués y tantos otros hombres
distinguidos hoy, que han conservado por él una veneración profunda,
como todos los que hemos gozado de la luz de su espíritu”.
“Llamado a Buenos Aires por el Gobierno del General Mitre, tomó la
dirección de los estudios en el Colegio Nacional, al mismo tiempo que
dictaba una cátedra de física en la Universidad. Su influencia se hizo
sentir inmediatamente entre nosotros. Formuló un programa completo de
bachillerato en ciencias y letras, defectuoso tal vez en un solo punto:
su demasiada extensión. Pero M. Jacques, habituado a los estudios
fuertes, sostenía que la inteligencia de los jóvenes argentinos es más
viva que entre los franceses de la misma edad y que por consiguiente
podíamos aprender con menor esfuerzo”.
“Era exigente, porque él mismo no se economizaba; rara vez faltó a sus
clases y muchas, como diré más adelante, tomó sobre sus hombros robustos
la tarea de los demás”.
“Mis recuerdos, vivos y claros, en todo lo que al maestro querido se
refiere, me lo representan con su estatura elevada, su gran corpulencia,
su andar lento, un tanto descuidado, su eterno traje negro y aquellos
amplios y enormes cuellos abiertos, rodeando un vigoroso pescuezo de
gladiador”.
“La cabeza era soberbia; grande, blanca, luminosa, de rasgos acentuados.
La calvicie le tomaba casi todo el cráneo, que se unía, en una curva
severa y perfecta, con la frente ancha y espaciosa, surcada de arrugas
profundas y descansando como sobre dos arcadas poderosas, en las cejas
tupidas que sombreaban los ojos hundidos y claros, de mirar un tanto
duro y de una intensidad insostenible; la nariz casi recta, pero
ligeramente abultada en la extremidad, era de aquel corte enérgico que
denota inconmovible fuerza de voluntad”.
“En la boca, de labios correctos, había algo de sensualismo; no usaba
más que una ligera patilla que se unia bajo la barba acentuada y fuerte,
como las que se ven en algunas viejas medallas romanas”.
“M. Jacques era áspero, duro de carácter, de una irascibilidad nerviosa,
que se traducía en acción con la rapidez del rayo, que no daba tiempo a
la razón para ejercer su influencia moderadora. "No puedo con mi
temperamento", decía él mismo, y más de una amargura de su vida provino
de sus arrebatos irreflexivos. No conseguía detener su mano, y entre
todos los profesores fue el unico al que admitíamos usara hacia nosotros
gestos demasiado expresivos. Un profesor se había permitido un día dar
un bofetón a uno de nosotros, a Julio Landivar, si mal no recuerdo, y
éste lo tendió a lo largo de un puñetazo de la familia de aquel con que
Maubreil obsequió a M. de Talleyrand; otra vez desmayamos de un
tinterazo en la frente a otro magister que creyó agradable aplicarnos el
antiguo precepto escolar; pero jamás nadie tuvo la idea sacrílega de
rebelarse contra Jacques. Bajo el golpe inmediato solíamos protestar,
arriesgando algunas ideas sobre nuestro carácter de hombres libres,
etcétera. Pero una vez pasado el chubasco, nos decíamos unos a otros,
los maltratados, para levantarnos un poco el ánimo. ‘Si no fuera
Jacques!’... ¡Pero era Jacques!”.
Alfredo Cossón nació en París en 1820 y falleció en Buenos Aires en
1881. “Tras residir en Bolivia, llegó a la Argentina en 1854, con una
máquina de daguerrotipo (primer proceso fotográfico de aplicación
comercial). Vivió en Salta, Tucumán y Buenos Aires y dictó cursos de
Historia y Geografía en el Colegio Nacional de Tucumán, que dirigía
Amadeo Jacques. El 5 de octubre de 1871, el presidente Domingo F.
Sarmiento lo designó miembro de la Comisión Nacional de Escuelas y
participó activamente en el desarrollo de los planes de reforma
educacional. Su Curso completo de Geografía fisica, politica e histórica
de la República Argentina se convirtió en libro de texto obligatorio en
los colegios. Precursor de la fotografía en el país, Cossón fue pionero
del uso del daguerrotipo en Salta, técnica que había aprendido con
Amadeo Jacques. Fue, además, rector del Colegio Nacional de Buenos Aires
durante 16 años” (3).
Cané relata el recuerdo que un condiscípulo tiene de Cosson: “No hace
mucho tiempo, al entrar en una oficina secundaria de la administración
nacional, vi a un humilde escribiente cuyo cabello empezaba a encanecer,
gravemente ocupado en trazar rayas equidistantes en un pliego de papel.
Como tuve que esperar, pude observarle. Cada vez que concluía una línea
dejaba la regla a un lado, sujetándola para que no rodara, con un pan
de goma; levantaba la pluma, e inclinando la cabeza como el pintor que
después de un golpe de pincel se aleja para ver el efecto, sonreía con
satisfacción. Luego, como fascinado por el paralelismo de sus rayas,
tomaba de nuevo la regla, la pasaba por la manga de una levita raída,
cuyo tejido osteológico recibía con agrado ese apunte de negrura, la
colocaba sobre el papel y con una presión de mano, serena e igual,
trazaba una nueva paralela con idéntico éxito. Ese hombre, allá en los
años de colegio, me había un día asombrado por la precisión de claridad
con que expuso, tiza en mano, el binomio de Newton. Había repetido
tantas veces su explicación a los compañeros más débiles en matemáticas
que al fin perdió su nombre para no responder sino al apodo de
‘Binomio’. Le contemplé un momento, hasta que levantando e su vez le
cabeza, naturalmente después de una paralela ‘réussie’, me reconoció. Se
puso de pie, en una actitud indecisa; no sabía la acogida que recibiría
de mi parte. Yo había sido nombrado ministro, no sé dónde!, !y él!...
Me enterneció y lancé un: !!Binomio!! abriendo los brazos, que habría
contentado a Orestes en labios de Pílades. Me abrazó de buena gana y nos
pusimos a charlar”.
“-¿Y qué tal, "Binomio", cómo va la vida?”.
“-Bien; estuve,cinco años empleado en la aduana del Rosario, tres en la
policía, y como mi suegro, con quien vivo, se vino a Buenos Aires,
busqué aquí un empleo y en él me encuentro desde que llegamos”.
“-¿Y las matemáticas? ¿Cómo no te hiciste ingeniero o algo así? Tú tenías disposiciones..”
“-Sí, pero no sabía historia”.
“-Pero no veo, ‘Binomio’, la necesidad de saber si Carlos X de Francia era o no hijo de Carlos IX para hacer un plano”.
“-Desengáñate, el que no sabe historia no hace camino. Tú eras también
bastante fuerte en matemáticas; dime, cuantas veces, desde que saliste
del colegio, has resuelto una ecuación o has pronunciado solamente la
palabra "coseno"?
“-Creo que muy pocas, ‘Binomio’ “.
“-Y, en cambio (¡oh! !yo te he seguido!), en artículos de diario, en
discursos, en polémicas, en libros, creo, has hecho flamear la historia.
Si hasta una cátedra has tenido con sueldo, no es así?”
“-Si, ‘Binomio’ “.
“- Con que placer te oigo! ¡Ya nadie me dice ‘Binomio’ ! Y, sabes quien
tuvo la culpa de que yo no supiera historia? Cosson, tu amigo Cosson,
quien tenía la ocurrencia de enseñarnos la historia en francés”.
“-No seas injusto, ‘Binomio’: era para hacernos practicar”.
“-Convenido, pero no practica sino el que algo sabe, y yo no sabía una
palabra de francés. Así, la primera vez que me preguntó en clase, se
trataba de un rey cuyo nombre sirvió mas tarde de apodo a un correntino
que para decirlo estiraba los labios una vara. Era muy difícil”.
“-Ya me acuerdo: Tulius Hostilius”.
“-Eso es. Quise pronunciarlo, la clase se rió, creo que con razón,
porque, a pesar de habértelo oído, no me atrevería a repetirlo; yo me
enojé, no contesté nunca y por consiguiente no estudié historia.
¡Animal! Así, mi hijo, que tiene seis años, empieza a deletrear un
Duruy. No hay como la historia, y sino, mira a todos los compañeros que
han hecho carrera” (4).
En esa época –afirma Carlos Ibarguren en La historia que he vivido-
aparecían millonarios que pocos años antes habían llegado al país sin un
centavo en el bolsillo o con muy poco capital. Era el caso de Carlos
Casado del Alisal, español; de Pedro Luro, vasco francés; de Ramón
Santamarina, vasco español; de Eduardo Casey, irlandés, propietarios
todos ellos de enormes extensiones de campo; o de Nicolás Mihanovich,
dálmata, que empezó como botero y ya era dueño de varias empresas de
transporte fluvial, algunas con sede en Londres; o de Antonio De Voto,
italiano, fundador de un barrio en Buenos Aires, al igual que Rafael
Calzada, español, o de Francisco Soldati, italiano y muchísimos más
cuyos apellidos hoy figuran en los rangos de la más alta sociedad” (5).
“El 24 de septiembre de 1940, en ocasión de cumplir los ochenta años, el
Sr. Bernardo Lalanne hacía conocer sus memorias de primitivo poblador
de nuestra zona: "Nací e1 24 de septiembre de 1860 en la parroquia de
Préchacque Josbaig, situada en los Bajos Pirineos (Francia). Alli
pemanecí hasta la edad de doce años y nueve meses, de los cuales, tres
en la escuela. En 1870 entró en guerra Francia con Alemania y en esa
contienda falleció mi padre, que se llamaba Francisco.
En aquella oportunidad tambien Francia perdió la guerra y debió
capitular. Napoleón III se entregó con sus ejercitos de acuerdo con sus
generales Macmahon y Bassena y desde entonces es República.
En el año 1873 me vine a este hermoso pais, la Argentina, con otros
parientes del mismo pueblo, viajando bajo el cuidado de ellos hasta
Buenos Aires. Aqui permanecieron ellos y yo me trasladé al pueblo de
Azul, donde tenia un tio de nombre Bartolo Bayle. En aquel tiempo el
ferrocarril del Sud llegaba hasta Las Flores y desde alli se venia en
galera hasta Azul.
El Azul. El Azul, en aquel entonces, era una población muy chica, de
unos dos mil habitantes cristianos y estaba rodeada de las indiadas de
los caciques Catriel - Cipriano y Juan Jose - y otros capitanejos más
que tenian sus tolderias a ambas margenes del arroyo Nievas y en Sierra
Chica, en la laguna Burgos. Un cacique importante tambien en aquel
tiempo era Manuel Grande, el que tenía mucha indiada a su mando.
Las ocupaciones de los indios. Las principales ocupaciones a que se
dedicaban los indios eran las de bolear avestruces y acarrear sal desde
las Salinas Grandes, la que conducían en bolsas de cuero que ellos
mismos confeccionaban, sobre los lomos de las grandes tropillas de
caballos que arreaban hasta llegar al Azul, donde la vendian a los
comerciantes por poco mas que nada. Tambien se dedicaban a juntar maiz, a
esquilar cuando era la epoca de las ovejas, que existían en poca
cantidad, y a matar mulitas y perdices para vender.
También vendian matras y ponchos que las chinas tejian en telares que
ellos mismos hacían. Eran tejidos muy bien hechos y los teñian con yuyos
que ellas mismas preparaban con los que sabían efectuar bellos dibujos.
Estos colores eran de una firmeza y duracion extraordinaria, no
perdiendo jamás su brillo y su apariencia vistosa” (6).
En su autobiografía, titulada Con pasión. Recuerdos de un coleccionista
(7), afirma Jorge Helft: "No tengo la pretensión de contar, siquiera
mínimamente, la Segunda Guerra Mundial. De alguna manera todo parece
haber sido dicho. Pero una pregunta suele venirme una y otra vez a la
cabeza. ¿Qué fue la guerra, en verdad, para los niños, al menos para los
niños como Bichou y yo, hijos de dos padres que habían conseguido
escapar al infierno de Europa y se desvivían por ahorrarnos, tanto como
pudieran, su sufrimiento y angustia? ¿De qué modo flotaba, silenciosa,
por así decirlo, en las entrelíneas de nuestras vidas? ¿De qué modo,
igualmente callado y misterioso, perdura en la memoria, y nos influye
hoy, que somos todos viejos? ¿Y pasó esa memoria de nosotros los niños, a
nuestros hijos y nietos?" (8).
Notas
1 Varios autores: Enciclopedia Visual de la Argentina. Buenos Aires, Clarín, 2002.
2 Cané, Miguel: Juvenilia. Buenos Aires, CEAL, 1980.
3 Varios autores: Enciclopedia Visual de la Argentina. Buenos Aires, Clarín, 2002.
4 Cané, Miguel: op. cit.
5 Ibarguren, Carlos: La historia que he vivido. Buenos Aires, Biblioteca Dictio, 1977.
6 Lalanne, Bernardo: fragmento del texto publicado en “MEMORIAS Sección
dedicada a los antiguos pobladores que dejaron escritos sus recuerdos”,
en Archivo Histórico Alberto y Fernando Valverde, Municipalidad de
Olavarría, Secretaría de Gobierno, Año 1997, Revista N°3.
7 Helft, Jorge: Con pasión. Recuerdos de un coleccionista. Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 2007.
8 Helft, Jorge: fragmento incluido en La Nación Revista, 22 de julio de
2007.
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Galeses
Eluned Morgan nació en alta mar en 1869. “Hija de un colono galés,
organizador del primer grupo que llegó a la Patagonia en 1865, se crió
en el valle y fue enviada a Europa para completar sus estudios y
dedicarse a la enseñanza en Chubut. Creó escuelas para niñas en Trelew y
Gaiman. Posteriormente tuvo a su cargo el periódico Y Drafod, fundado
por su padre y aún existente. Comenzó a mostrar sus aptitudes literarias
en la composición de Eistedffod, piezas literarias de la tradición
galesa, a partir de 1891. Publicó cuatro libros: Algas marinas, En
tierra y mar, Los hijos del sol y Hacia los Andes, los tres primeros
escritos en galés y el último en castellano, escrito originalmente en
galés. Falleció en 1938” (1).
Escribe Ema Wolf, a partir de una investigación de Cristina Patriarca:
“Una figura relevante de la comunidad fue Eluned Morgan. La hija menor
de Lewis Jones llegó a cursar estudios en Londres y tuvo un lugar
destacado en la vida cultural de los galeses en la Patagonia. Fue
maestra y redactora del periódico I Dravod, ‘El Mentor’. Las fotos
viejas muestran a una muchacha rolliza, de facciones apacibles, tocando
el arpa en pose clásica. Muy anciana ya, de vuelta en su tierra natal,
escribió sus memorias. Con una prosa entusiasta pintó su vida de
adolescente en el Chubut y en particular un viaje que hizo desde la
costa al Valle Encantado de la cordillera para llevar telas, azúcar, té,
carne salada y herramientas a los setenta colonos que apenas un año
antes se habían instalado allí” (2).
Notas
1. Sosa de Newton, Lily: Diccionario Biográfico de Mujeres Argentinas. Buenos Aires, Plus Ultra, 1986.
2. Wolf, Ema y Patriarca, Cristina: La gran inmigración. Buenos Aires, Sudamericana, 1991.
Holandeses
“En mayo de 1889, el vapor Leerdam trajo a los primeros inmigrantes
holandeses a la Argentina. En este barco llegó, a los 10 años, Diego
Zijlstra, quien en su libro, Cual ovejas sin pastor, recuerda su
llegada: ‘Desde el vapor hasta la costa tuvimos que navegar en lancha y
carro unos diez kilómetros soplando un viento de invierno que nos
penetraba hasta la médula de los huesos. Ya estábamos en la tercera
semana de junio... Verano en el hemisferio Norte. Pero invierno aquí...
Engarrotados de frío y medio hambrientos pisamos por fin tierra
argentina. Desde Buenos Aires, y previo paso por el Hotel de
Inmigrantes, un grupo llegó en tren hasta Tres Arroyos, mientras que
otros se instalaron en Cascallares, en la llamada Colonia del Castillo”
(1).
Notas
1. S/F: “Historia de pioneros”, en Clarín, Buenos Aires, 2 de febrero de 2002.
Ingleses
En su Autobiografía, Jorge Luis Borges recuerda a su abuela inglesa:
“Frances Haslam era una gran lectora. Cuando ya había pasado los
ochenta, la gente le decía, para ser amable con ella, que ya no había
escritores como Dickens y Thackeray. Mi abuela contestaba: ‘ Sin
embargo, yo prefiero a Arnold Bennett, Galsworth y Wells’ ” (1).
Notas
1. Borges, Jorge Luis: Autobiografía, citado en Hadis, Martín: LITERATOS
Y EXCÉNTRICOS Los ancestros ingleses de Jorge Luis Borges. Buenos
Aires, Sudamericana, 2006.
Irlandeses
Maggie Pool es la autora de Where the devil lost his poncho (1) obra en
la que evoca el medio siglo que transcurre a partir de su llegada a la
Argentina, “no bien terminada la guerra, como modesta secretaria de un
organismo británico, casi con lo puesto y con sólo doce libras
esterlinas, que era la máxima cantidad de dinero que se permitía sacar
de Inglaterra en aquel momento de crisis”.
En la nueva tierra, Pool “queda deslumbrada por la riqueza que ve en
Buenos Aires, por el tamaño de los bifes y los postres de un simple
restaurant, donde se come lo que ninguna familia inglesa veía desde
hacía años”.
“Nada disminuye su amor por la segunda patria. Con los años se traslada a
vivir a Bariloche y, por fin, al valle de El Bolsón. La Patagonia la
atrapó y parece ser su punto de residencia definitiva en su larga vida
iniciada –allá lejos y hace tiempo pero al revés que Hudson- en Irlanda y
Escocia. ‘Aquí está el paraíso’, resume sobre el final. Lo transmite
con la certidumbre de quien ha sabido ver mucho más allá de las
vicisitudes de la vida cotidiana” (2).
Notas
1. Pool, Maggie: Where the devil lost his poncho. Edimburgo, The Pentland Press, 1997.
2. Sopeña, Germán: “Tierra lejana”, en La Nación, Buenos Aires, 13 de julio de 1997.
Italianos
Friulanos
Juan Faccioli, pionero friulano, fue uno de los “integrantes de aquella
primera migración que dejaron testimonios escritos”: “Según Faccioli, al
llegar al Hotel de Inmigrantes se enteraron de que estaban destinados
al Territorio Nacional del Chaco, donde les darían tierras que estaban
habitadas por aborígenes. Algunos huyeron del Hotel de Inmigrantes, pero
luego de vagar sin conseguir trabajo ni comida volvieron y aceptaron
llegar a Reconquista y, desde allí, a una colonia que se formaría al
otro lado del arroyo El Rey” (1).
Ligurinos
María Esther Podestá es la autora de Desde ya y sin interrupciones, obra
en la que destaca que, de los Podestá actores, el único que debe ser
considerado argentino por derecho de suelo es su abuelo, Jerónimo
Bartolomé. Los demás nacieron en Montevideo, adonde había marchado la
pareja de inmigrantes ligurinos, atemorizada por el rumor de un degüello
de gringos durante la época rosista: “La familia permaneció en
Montevideo desde 1851 –dice la actriz-, allí nacieron mi tío-abuelo
Pedro, Juan José (Pepe), Juan Vicente, Graciana, Antonio Domingo, y
Cecilio Pablo, quien artísticamente suprimiría su primer nombre” (2).
Lombardos
Martina Gusberti es la autora de El laúd y la guerra (3), obra en la que
evoca un viaje a Italia que realiza junto a su padre y su marido, en
1982. No era esa la primera vez que el inmigrante regresaba a su tierra;
él dice: “¡Qué bello volver a Italia, visitar los lugares en los que
luché durante la primera guerra mundial, recorrerlos paso a paso, ver
cómo estará hoy...!”.
La hija, nacida como él en esa tierra, se pregunta acerca de la
motivación que impulsa con tanta fuerza al padre; se cuestiona “ese afán
por volver al pasado, no sé si para fijarlo en el hoy o sólo para
retroceder a él. Quizás, ganas de detener el tiempo que se le escurría
entre las canas; o de no morir, sin mimetizarse definitivamente con el
paisaje”.
Piamonteses
"Eugenia Sacerdote trabajó hasta que sus ojos se lo permitieron. Produjo
muchos artículos, recibió premios y nunca le gustó hablar demasiado de
los honores. Hace un año decidió grabar sus recuerdos: quería dejar un
testimonio de su vida para sus nietos, que supieran cómo fue la Italia
del fascismo. Pero lo que iba a ser un texto familiar fue pasando de
manos y se convirtió en un pequeño libro: De los Alpes al Río de la
Plata, editado por Leviatán" (4).
Trentino
En Mendoza, Alcides Bianchi y sus amigos jugaban a la pelota: “En el
barrio teníamos dos ‘canchas’ para jugar a la pelota –recuerda-. Una
estaba ubicada al fondo de la quinta de papá, sobre la calle Civit y la
otra al lado de la carnicería de Don Molinuevo, a media cuadra de casa,
sobre la Cmte. Torres. Teníamos fijada una hora para hacer los partidos
en las tardes, cuando ya habíamos hecho los deberes de la escuela. Allí
nos juntábamos los chicos del barrio, de distintas edades, formando los
dos equipos y generalmente a los más pequeños nos tocaba ser arqueros”
(5).
Sin mención de origen
En Juvenilia, Miguel Cané –cuyo nombre se recuerda vinculado con la Ley
de Residencia- evoca al enfermero que trabajaba en el Colegio Nacional
de Buenos Aires: “Era italiano y su aspecto hacìa imposible un càlculo
aproximativo de su edad. Podìa tener treinta años, pero nada impedìa
elevar la cifra a veinte unidades màs. Fue siempre para nosotros una
grave cuestiòn decir si era gordo o flaco. (...) Empezaba su individuo
por una mata de pelo formidable que nos traìa a la idea la confusa y
entremezclada vegetaciòn de los bosques primitivos del Paraguay, de que
habla Azara; veìamos su frente, estrecha y deprimida, en raras ocasiones
y a largos intervalos, como suele entreverse el vago fondo del mar,
cuando una ola violenta absorbe en un instante un enorme caudal de agua
para levantarlo en espacio. Las cejas formaban un cuerpo unido y
compacto con las pestañas ralas y gruesas como si hubieran sido
afeitadas desde la infancia. La palabra mejilla era un ser de razòn para
el infeliz, que estoy seguro jamàs conociò aquella secciòn de su cara,
oculta bajo una barba, cuyo tupido, florescencia y frutos nos traìa a la
memoria un ombù frondoso”.
“El cuerpo, como he dicho, era enjuto; pero un vientre enorme despertaba
compasiòn hacia las dèbiles piernas por las que se hacìa conducir sin
piedad. El equilibrio se conservaba gracias a la previsiòn materna que
lo habìa dotado de dos andenes de ferrocarril, a guisa de pies, cuyo
envoltorio, a no dudarlo, consumìa un cuero de baqueta entero. Un dìa,
nos confiò en un momento de abandono, que nunca encontraba alpargatas
hechas y que las que obtenìa, fabricadas a medida, excedìan siempre los
precios corrientes”.
Recuerda el personal castellano del enfermero: “Debìa haber servido en
la legiòn italiana durante el sitio de Montevideo o haber vivido en
comunidad con algùn soldado de Garibaldi en aquellos tiempos, porque en
la època en que fue portero, cuando le tocaba despertar a domicilio, por
algùn corte inesperado de la cuerda de la campana, entraba siempre en
nuestros cuartos cantando a voz en cuello, con el aire de una diana
militar, este verso (!) que tengo grabado en la memoria de una manera
inseparable a su pronunciaciòn especial: Levàntasi, muchachi,/ que la
cuatro sun/ e lo federali/ sun venì a Cordun. Perdiò el gorjeo matinal a
consecuencia de un reto del señor Torres que, hacièndole parar el pelo,
le puso a una pulgada de la puerta de calle”.
Sobre sus aptitudes para el trabajo, afirma: “Como prototipo de torpeza,
nunca he encontrado un spècimen màs completo que nuestro enfermero. Su
escasa cantidad de sesos se petrificaba con la presencia del doctor, a
quien habìa tomado un miedo feroz y de cuya conciencia mèdica hablaba
pestes en sus ratos de confidencia” (6).
En sus Memorias, escribe Lucio V. Mansilla: "Este San Pío era italiano,
casado, muy bonachón y cariñoso. Sus quesos de Goya, y particularmente
sus chorizos, allí a la vista, tenían fama(...) No sabía leer ni
escribir, ni hablaba italiano, ni español, ni genovés, ni dialecto
itálico alguno, sino una media lengua suya propia; y a fuerza de oírse
llamar San Pío por sobrenombre, llegó a olvidarse de su verdadero
patronímico. (...) Una vez, teniendo que prestar declaración con motivo
de un bochinche, le preguntó a la mujer: - Che, ¿cómo me llamo yo? - San
Pío - No, le nombre de Italia - ¡Ah!, está en el baúl (quería decir en
el pasaporte)" (7).
Carlos Ibarguren, en La historia que he vivido, recuerda un festejo de
inmigrantes: “el casamiento fue celebrado con una fiesta en la modesta
casa del barrio en que vivía la novia. Concurrió allí invitado el
elemento gringo de la vecindad con sus respectivas familias –algunas con
hijos argentinos- y varios amigos de Darío, entre los que yo me
contaba. Se bailó animadamente hasta la madrugada en el patio, al compás
del acordeón, ocarina y flauta; de la cocina, donde se jugaba a la
morra, partían vociferaciones en italiano, mientras el moscato y el
nebiolo espumante enardecían los ánimos sin distinción de edad, sexo ni
nacionalidad; y aún recuerdo cómo nos atrajo a los muchachos la bella
Carlota, hermana del desposado, que resultó esa noche, reina indiscutida
de aquel regocijo meridional” (8).
En conjunto
En sus Memorias, Lucio V. Mansilla escribe: “El italiano no había comenzado aún su éxodo de inmigrante” (9).
Notas
1 S/F: “Friulanos sobre el Paraná”, en La Nación Revista, Buenos Aires, 29 de julio de 2001.
2 Podestá, María Esther: Desde ya y sin interrupciones. Buenos Aires, Corregidor, 1985.
3 Gusberti, Martina: El laúd y la guerra. Buenos Aires, Vinciguerra, 1996.
4 Ferrari, Andrea: "La luces de Eugenia", en Página/12, 30 de abril de 2006.
http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-66272-2006-04-30.html
5 Bianchi, Alcides J.: Aquellos tiempos... Buenos Aires, Marymar, 1989.
6 Cané, Miguel: Juvenilia. Buenos Aires, CEAL, 1980.
7 Mansilla, Lucio V.: Mis memorias, citado en www.oniescuelas.edu.ar.
8 Ibarguren, Carlos: La historia que he vivido. Buenos Aires, Biblioteca Dictio, 1977.
9 Mansilla, Lucio V.: Mis memorias
Polacos
El 21 de agosto de 1939, el escritor Witold Gombrowicz desembarcó en
Buenos Aires; había sido invitado a la travesía inaugural del
transatlántico Chorbry. El estallido de la segunda guerra mundial y la
invasión de Polonia por las tropas alemanas lo obligaron a desterrarse;
fue así como un corto viaje se transformó en un exilio de más de veinte
años.
Durante esos años, Gombrowicz vivió la difícil experiencia de integrarse
a un país nuevo, que suscitaba en él juicios personalísimos referidos a
diversos aspectos de su cultura. El extranjero nos observaba y surgía
la inevitable comparación con la tierra que había abandonado; de esa
comparación, algunas veces salíamos beneficiados, otras no. Alrededor de
1960, Radio Europa Libre le encargó que ofreciera una serie de charlas
destinadas a sus compatriotas; Peregrinaciones argentinas (1) recoge
aquellas referidas a nuestro país y a su realidad política y económica,
así como también a sus bellezas naturales.
A nuestro criterio, son tres los temas que pueden considerarse
fundamentales en estas charlas. En primer lugar, la confrontación entre
polacos y argentinos; algunos rasgos nuestros desconciertan al autor, ya
que no logra entenderlos. Sobre la forma de encarar las dificultades,
afirma: “Todas esas noticias me habrían aterrorizado de verdad si las
hubiese leído en un periódico europeo, pero desde aquí todos esos
sobresaltos toman un aire exótico, como si no se refiriesen a la
Argentina, sino precisamente a Europa u otro continente lejano. Los
paisajes de nuestra nación despertaron también la admiración del
escritor; para dar una idea más clara de cuanto describe a sus oyentes
polacos, habla de los ríos y los lugares argentinos comparándolos con
aquellos que los radioescuchas conocen directamente. Por último, cinco
capítulos se ocupan del existencialismo, al que Gombrowicz analiza en
Polonia y en América.
Con la amenidad típica de una exposición destinada a un público amplio y
distante, las charlas del autor de Ferdydurke plantean importantes
cuestiones para pensar, en un mundo convulsionado por sus contrastes y
sus confusas ambiciones.
En Postales Imaginarias/2. Nuevos viajes alrededor de la Tierra antes de
Internet, Ricardo Feierstein no refleja sólo la historia de sus
mayores, sino asimismo la suya propia y la de quienes lo rodean, a
través de una diversificada gama de recursos estilísticos.
Encontramos aquí al autobiógrafo, que se refiere con nostalgia y ternura
a Villa Pueyrredón, barrio al que llama -en una dedicatoria a Humberto
Costantini- la “patria común” de ambos. En una visión retrospectiva, que
se inicia en 1957 y se cierra en 1945, recuerda su adolescencia y su
infancia –así, de acuerdo al recurso temporal elegido-, en las que
tienen incidencia el despertar sexual, la familia, las raíces que llegan
en la forma de viejos discos encontrados fortuitamente...
El autor aparece también en el episodio acaecido en Córdoba, en 1963, en
el que a una provocación antisemita le sucede un insulto, luego una
puñalada; en fin, la historia de siempre, aunque cambien los personajes.
Cuenta en “Primera sangre”: “teníamos un poco de miedo, pro mezclado
con sorpresa, esa sorpresa producida por algo inesperado, uno de esos
hechos que escapan a la rutina y desconciertan; no entendíamos por qué
gritaron “heil Hitler” cuando pasaron marchando con paso rígido por el
camino, vociferaron una, dos, tres veces, cerca de nuestro grupo que
conversaba y cantaba sentado en el césped. Y nos levantamos de un salto,
porque esas voces recordaban una noche turbulenta, ancianos y niños
marchando arracimados, aterrorizados; viejos rabinos con expresión de
horror, fuego, sangre, una horrible pesadilla que habían contado
nuestros mayores y que guiñaba sus ojos en las películas” (2).
Felipe Fistemberg Adler relata en sus memorias que, en Moisés Ville,
provincia de Santa Fe, “Cuando llegaban las fiestas patrias, el pueblo
se vestía de gala, las ventanas lucían banderas azules y blancas y a la
plaza San Martín, en el centro del poblado, concurría toda la población
luciendo la escarapela y manifestando con orgullo su agradecimiento a la
nueva patria. Por ser uno de los más altos, y seguramente porque mamá
me almidonaba para la ocasión el guardapolvo, ya en los grados
superiores las maestras me elegían abanderado, y escoltado por otros
niños caminando entre aplausos y cálidas sonrisas nos dirigíamos a la
plaza. Las autoridades y los directores de todas las instituciones
pronunciaban emotivos discursos. Se cerraba el acto con un esperado
reparto de golosinas entre los chicos. Con premura, nos despojábamos de
los guardapolvos y corríamos al bosque de eucaliptos frente a la
administración de la J.C.A. para ver y participar de la fiesta popular
que premiaba a los ganadores, con ponchos, frazadas, camisas, camisetas o
pantalones” (3).
Notas
1. Gombrowicz, Witold: Peregrinaciones argentinas. Madrid, Alianza Tres, 1987.
2. Feierstein, Ricardo: Postales imaginarias/2. Nuevos viajes alrededor
de la Tierra antes de Internet. Buenos Aires, Acervo Cultural, 2003.
3. Fistemberg Adler, Felipe: Moisés Ville Recuerdos de un pibe pueblerino. Buenos Aires, Milá, 2005. 112 pp. (Testimonios).
Portugueses
En sus memorias de infancia, Alcides J. Bianchi recuerda al heladero
portugués que vendía en Mendoza: “el portugués ‘Lurdeos’, cuyo
sobrenombre provenía de su forma de expresarse al ofrecer los helados,
con la típica ruleta de la suerte, donde uno pagaba cinco centavos, y
tenía el derecho a dos tiros de ella. -¡Chicos!, a probar suerte, van a
sacar tantus heladus como lurdeos míos –y levantando su rústica mano
derecha mostraba sus dedos en pantalla” (1).
Notas
1. Bianchi, Alcides J.: Aquellos tiempos... Buenos Aires, Maymar, 1989.
Rusos
Marcos Alpersohn fue pionero en la colonia Mauricio, en la provincia de
Buenos Aires, y primer cronista de un asentamiento judío en la
Argentina. “Dejó escrito su interesante testimonio sobre la llegada al
país, en 1891”, en el que manifiesta: “el vapor alemán Tioko me trajo a
Buenos Aires de Hamburgo, junto con otros trescientos inmigrantes,
después de una travesía de treinta y dos días. Aún antes de que el barco
entrara en el puerto, al divisar desde lejos la ciudad envuelta por
palmeras, nos sentimos dominados por la alegría. Las madres levantaban
en alto a sus pequeñuelos, diciéndoles jubilosamente: -Miren, chicos;
ahí está el paraíso, la tierra bella y verde que el bondadoso Barón de
Hirsch ha comprado para vosotros” (1). Días después advertirían que la
realidad poco tenía que ver con sus expectativas.
En sus memorias, el pampista Mauricio Chajchir relata que en 1891 “se
abrió el comité del Barón de Hirsch. Fue una salvación para los judíos y
empezó el registro de las familias. Aceptaban solamente familias con
hijos varones. Los que no los tenían, se daban maña. Hacían inscribir a
un soltero como hijo y la cosa marchaba”. Cuando llegaron fueron
alojados en el Hotel de Inmigrantes: "No sé de dónde surgió la versión
que los cocineros y el personal eran judíos españoles y por consiguiente
todo era kosher. Y ¡ah! Por primera vez durante todo el viaje, todo el
pasaje disfrutó de una buena cena. Al día siguiente una comisión de
mujeres fue a investigar a la cocina para ver si salaban la carne y se
encontraron con una cabeza de cerdo sobre la mesa. Volvieron amargadas y
tratando de vomitar lo que habían comido la noche anterior” (2).
Entre los inmigrantes que arribaron a nuestro país llegó Alberto
Gerchunoff, de origen ruso, nacido en Tulchin, Vinnitsa, en 1883, quien
se estableció con su familia en una colonia de Villaguay, Entre Ríos,
después de que el padre fuera asesinado en Moisés Ville, Santa Fe. “En
aquellos años ya distantes –recuerda en su “Autobiografía” (3), escrita
en 1914-, los judíos no emigraban, y la tentativa de colonización del
Barón Hirsch iluminaba a los israelitas de Tulchin, como la esperanza
mesiánica del retorno al reino de Israel”.
En sus páginas autobiográficas, se describe a sí mismo vestido a la
usanza de la nueva tierra: “como todos los mozos de la colonia, tenía yo
aspecto de gaucho. Vestía amplia bombacha, chambergo aludo y bota con
espuela sonante. Del borrén de mi silla pendía el lazo de luciente
argolla y en mi cintura, junto al cuchillo, colgaban las boleadoras”.
Benedicto Caplán escribe: “El gran cambio en las costumbres de los
judíos ortodoxos se produjo cuando la segunda generación en el país, o
sea la de mi padre. Así como los de la primera generación todos llevaban
largas barbas, salvo algunos elegantes que se las recortaban en punta,
los de la segunda generación se afeitaron casi sin excepción, cambiaron
sus hábitos alimentarios, adoptando los de los gauchos. La religión se
siguió practicando en las grandes fiestas. Aparecieron los primeros
gauchos verdaderos: bombachas anchas en lugar de pantalones, faja con
tiradores y facón, asados, mate y carreras cuadreras. En la generación
tercera, o sea la mía, este tipo humano pintoresco se multiplicó en
todas las colonias” (4).
En Babilonia chica, escribe Mito Sela: “Crecí y me desarrollé en un
barrio fuera de la Capital, ya provincia, sólo cruzando la Av. Gral.
Paz. Este barrio –otro mundo- reunía en sus calles fábricas y galpones
de la industria textil, que funcionaban sin descanso 24 horas diarias
durante seis días a la semana. Junto a la industria se desarrolló un
proletariado textil, formado por italianos, españoles y judíos,
fervientes sindicalistas, que en su mayoría se identificaban con los
distintos matices de la izquierda hasta la llegada del peronismo” (5).
En Mi Colonia Rusa, escribe Iaacov Kaspin: “La Colonia Rusa de Río Negro
cumplía sus veinte años, cuando nací como último nieto de los
principales colaboradores en la fundación de la Colonia: Itzjak Locev y
Natan Kaspin.
Mi infancia, con compañeros de mi edad, me traen hermosos recuerdos:
bañándonos en el canal de riego o paseando por caminos de tierra,
cercados de altas alamedas, en noches de luna, con nuestras amigas ...
dichosos de nuestro mundo, convencidos que no hay otro. La rutina del
colegio, sinagoga, familia, me llenaba de dicha" (6).
Notas
1. Alpersohn, Marcos: Memorias de un colono argentino, en Judaica N° 50.
Tomado de Senkman, Leonardo: La colonización judía. Buenos Aires, CEAL,
1984.
2. Chajchir, Mauricio: “Viaje al país de la esperanza. Relato de un
viajero del Pampa”, en La Opinión, Buenos Aires, 8 de agosto de 1976,
reproducido en Asociación de Genealogía Judía de Argentina, Toldot #8.
Noviembre de 1998.
3. Gerchunoff, Alberto: “Autobiografía”, en Feierstein, Ricardo (selecc.
y prólogo): Alberto Gerchunoff, judío y argentino. Buenos Aires, Milá
2001.
4. Caplan shalom www.lavaca.org
5. Sela, Mito: Babilonia chica. Buenos Aires, Milá, 2006. 112 pp. (Imaginaria).
6. Kaspin, Iaacov: Mi colonia rusa, por Iaacov Kaspin. Buenos Aires: Mila, 2006.
Suizos
“El 26 de octubre del año 1855 –escribe Roberto Zehnder- abandonamos
Basilea, adonde hemos llegado antes del mediodía en omnibus. (N. Del A.
Probablemente sea algún tipo de diligencia que lo llevaba desde su
pueblo de origen hasta una ciudad importante como lo es Basilea), y nos
alojamos en una hostería de nombre "El Buey colorado". (...) La mitad de
los pasajeros del "Lord Ranglan" fue trasladado en un barco a vapor
chico a Santa Fé y alojados al norte de la ciudad; mientras la otra
mitad abandonaba el puerto de Buenos Aires tres días antes de nosotros y
llegaron al puerto de Santa Fé al mismo minuto para anclar. En el barco
se encontraron Guillermo Hübeli, Ricardo Buffet, Buchard Griboldi, como
viajeros del "Lord Reglan" (N. Del A.: Lord Raglan)” (1).
Notas
1. Zehnder, Roberto: "Anotaciones durante mi inmigración, de Suiza a la
República Argentina, por Roberto Zehnder, colonizador”, en
hugozingerling@educ.ar.
Turcos
Matilde Bensignor es la autora de De miel y milagros (Evocaciones
Sefardíes) (1) “un libro que habla de la familia sefardí y reflexiona
sobre los valores que hoy, todavía perduran en nuestra cultura
judeo-cristiana". Auspician la edición la Embajada de Israel, la
Secretaría de Cultura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires
y el Centro de Investigación y Difusión de la Cultura Sefardí.
En el Prólogo, escribe Arnoldo Liberman: "Matilde Bensignor nos ayuda a
través de este entrañable poema existencial tradicionalista y
gastronómico –que en esencia este original libro lo es- a desanudar
entuertos y a conocer más en profundidad la enorme riqueza del mundo
sefardí. En ella la lengua poética, la narración conmovedora, el
recorrido biográfico y autobiográfico son predicados de un sujeto que
nos enriquece con su proclama cotidiana y que nos demuestra, de manera
palpable, que la lengua de los judíos españoles, esa que habla de miel y
milagros, no es hija de una expulsión sino la reconciliación de la
diferencia. (... ) Alcanzar al otro es estar diariamente cerca de sí
mismo, cerca de ese pequeño fragmento de sí mismo que no miente, es
decir, al lado del otro, es decir, aprendiendo a amar. De Miel y
Milagros nos ayuda en esta hermosa empresa de hacer de la otredad un
amigo cercano, y eso es tan valioso en Madrid como en Buenos Aires. Por
eso, gracias Matilde, por este libro pleno de encanto y de noble
memoria".
Notas
1. Bensignor, Matilde: De miel y milagros (Evocaciones Sefardíes). Buenos Aires, Editorial Milá, AMIA, 2004.
Ucranios
María Arcuschín escribió De Ucrania a Basavilbaso (1) obra en la que
rinde homenaje a sus antepasados y a quienes llegaron a América en busca
de un futuro mejor, al tiempo que narra su propia vida en el seno de la
colectividad judía entrerriana. Recuerda los relatos familiares sobre
la razón que los llevó a emigrar: los antepasados “”Fueron casa por
casa, puerta por puerta alertando sobre el peligro del próximo pogrom y
la urgencia de partir hacia América en busca de libertad y de paz”. En
la obra se observa la incidencia del momento histórico y el ámbito
geográfico en los personajes; la presencia de la autora en el texto; la
religión y la educación, el trabajo y las diversiones, como así también
las reiteradas agresiones que sufrieron los judíos de esa provincia, y
las consecuencias que trajeron a la autora y su familia.
Rosalía de Flichman escribió Rojos y blancos. Ucrania (2). En esta obra
en evoca su infancia, en la que la amargura era una realidad cotidiana.
Las persecuciones, la revolución, la guerra civil, las violaciones y los
asesinatos –a los que se suman las inundaciones y el tifus- son el
cuadro con el que Rosalía debe enfrentarse a muy corta edad: “Los
blancos están en la ciudad, persiguen sin cesar a los judíos. Matan a
los hombres, se apoderan de las mujeres jóvenes y hasta de las niñas.
Estoy cansada de tanto horror. Y los cambios continúan. Hoy los blancos,
mañana los rojos. Como somos despreciables burgueses, estos invaden la
casa y nos reducen a dos habitaciones. El hambre se hace sentir, duele”.
Agobiada por la tristeza, la niña piensa en el padre, al que no ve
desde hace años. Después de muchos trámites, emigran para reencontrarse
con él. Por fin, llegan a Mendoza. Ha comenzado para Rosalía “una larga
vida en la Argentina, una vida plena y feliz”.
En su libro de memorias, titulado Ultima carta de Moscú (3), Abrasha
Rotemberg relata que, después de siete años, se reencontró con su padre,
que trabajaba como “cuenténik”, “clásica ocupación de los inmigrantes
judíos, que consistía en la venta callejera a crédito de todo tipo de
prendas. ‘Yo descubrí muchos años después que esa generación de
inmigrantes pobres y analfabetos resultó una de gigantes, que supo
enfrentar una vida sumamente dura y difícil. No había otra alternativa
que sobrevivir y ellos lo hicieron’, dijo Rotemberg” (4).
Notas
1. Arcuschín, María: De Ucrania a Basavilbaso. Buenos Aires, Marymar, 1986.
2. Flichmann, Rosalía de : Rojos y blancos. Ucrania. Buenos Aires, Per Abbat, 1987.
3. Rotenberg, Abrasha: Ultima carta de Moscú. Buenos Aires, Sudamericana, 2004.
4. Gutman, Daniel: “Relato de una vida, de la Unión Soviética al diario
‘La Opinión’ “, en Clarín, Buenos Aires, 6 de abril de 2004.
Varios
En sus Memorias, Lucio V. Mansilla escribe: “El italiano no había
comenzado aún su éxodo de inmigrante. De España, en general del Ferrol,
de La Coruña, de Vigo sobre todo, sí llegaban muchos barcos de vela,
rebosando de trabajadores, aprensados como sardinas (...) En cierto
sentido eran como cargamento de esclavos” (1).
Gladys Onega escribió Cuando el tiempo era otro. Una historia de
infancia en la pampa gringa (2), convencida de que “todos tenemos
derecho a escribir nuestra historia” (3).
Su historia se inicia en Acebal, provincia de Santa Fe, donde nace en
1930, y continúa en Rosario, ciudad a la que se mudan en 1939. Sus
primeros años transcurren en el seno de una familia integrada por un
gallego tan esforzado y ahorrativo como autoritario; una criolla
apasionada por la hija mayor, la lectura y la costura; y dos hermanos,
que acaparan la atención que la pequeña reclamará para sí. Junto a ellos
encontramos la familia de la casa da pena –los gallegos que quedaron en
su tierra-, los parientes gallegos que emigraron y los parientes
criollos de la madre, y los inmigrantes –en su mayoría italianos- que
viven en el pueblo.
En un viaje por Santa Fe, Onega y su padre ven a “los expulsados de la
tierra”: “vimos un carrito del que tiraban una mujer y un hombre, cada
uno de su vara; en ese carrito pequeño y angosto llevaban su casa. Allí
habían cargado los muebles, los hierros de labranza, un baúl, atados de
ropa y todavía cabía una cama donde unos chicos y la nona se amontonaban
y se tapaban del sol con la colcha blanca de algodón ahora ennegrecido,
que había formado parte del ajuar europeo y que tantas veces había
visto en las casa de chacareros, atada por sus cuatro puntas al respaldo
y a la piesera de hierro de la cama. Debajo de ese toldo trataban de
salvarse del terrible castigo del sol y del bochorno de la tarde con el
aire que debía soplar por los costados libres. Detrás del carrito venían
unos muchachos que empujaban aliviando el esfuerzo de sus padres”.
En “Mínima autobiografía de la exiliada hija” (4), trabajo que integrarà
un volumen sobre el exilio español republicano de 1939, a publicar por
la Universidad de Lèrida, Marìa Rosa Lojo se refiere a su vida como hija
de un gallego y una madrileña exiliados en la Argentina. Sobre la
alimentación en la nueva tierra, escribe: “También los sabores, los
gozos de la comida, se conformaron y se acuñaron fuera de los hábitos de
la cocina argentina moderna. Para mí eran absolutamente familiares los
pulpos y los langostinos, los calamares, los camarones y mejillones
ajenos a los hábitos de las pampas, y que más bien horrorizaban con sus
valvas, sus tintas y sus viscosos tentáculos a la mayoría de mis
compañeras de escuela. En cambio, durante la infancia y adolescencia
consideré como elementos exóticos las pastas y la pizza –‘clásicos’ para
un recetario argentino, definido por su neta hibridez ítalo-criolla-”.
En Babilonia chica, escribe Mito Sela: “Crecí y me desarrollé en un
barrio fuera de la Capital, ya provincia, sólo cruzando la Av. Gral.
Paz. Este barrio –otro mundo- reunía en sus calles fábricas y galpones
de la industria textil, que funcionaban sin descanso 24 horas diarias
durante seis días a la semana. Junto a la industria se desarrolló un
proletariado textil, formado por italianos, españoles y judíos,
fervientes sindicalistas, que en su mayoría se identificaban con los
distintos matices de la izquierda hasta la llegada del peronismo” (5).
En Ropa vieja, Daniel Gelassen evoca afectuosa e inteligentemente a
inmigrantes de varias nacionalidades, entre los que se cuenta su padre,
polaco (6).
Notas
1 Mansilla, Lucio V.: Mis memorias
2 Onega, Gladys: Cuando el tiempo era otro. Una historia de infancia en la pampa gringa. Buenos Aires, Grijalbo-Mondadori, 1999.
3 Duche, Walter: “Todos tenemos derecho a escribir nuestra historia”, en La Prensa, Buenos Aires, 18 de julio de 1999.
4 Lojo, María Rosa: “Mínima autobiografía de una ‘exiliada hija’ “, en Sitio Al Margen Revista Digital. Noviembre de 2002.
5 Sela, Mito: Babilonia chica. Buenos Aires, Milá, 2006. 112 pp. (Imaginaria).
6 Gelassen, Daniel: Ropa vieja. Buenos Aires, Milá, 2008.
.....
Las memorias y autobiografías son testimonios de los que nos valemos
cuando queremos conocer la historia de la inmigración en nuestro país.
En ellas, encontramos la evocación de vidas llenas de coraje y
nostalgia. Y la conciencia del autor de pertenecer a una tierra, y haber
elegido otra a la que ama con la misma intensidad.
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